lunes, 16 de noviembre de 2009

El norte también tiene utopías.

Ruinas de la memoria. La modernidad fracasó pero siguió respirando. Espacios abandonados, resignificados, superpuestos. La ciudad guarda postales del proyecto que no fue. La memoria colectiva detiene al progreso por instantes. Los aparentes despojos parecen carecer de identidad propia. La fotografía debe actuar sobre ellos, sobre sí misma; re-flexionar sobre el uso y desuso de los significados que la ciudad aun preserva. Significantes vivos, esperando el domingo para ver a sus nietos, que han optado el retorno al suelo bofo. Significantes que lucen de gala su deterioro a la luz del sol en declive. En el mejor de los casos, ante la pérdida inminente vulgarizamos la defunción, le quitamos la belleza inherente a la muerte para distraernos.

El otro, el que está detrás de la cámara, siempre tan ingenuo, es aquello que no está en la imagen, y así es definido: Lo que no está mostrado en la fotografía, entonces éste busca retratar todo lo que él no es, sólo para creer definirse. Aquí no hay creación ni aleatoriedad, hay una imposición del exiliado y su memoria (o la de su comunidad), del outsider que nació y creció ahí.

El espectador decide que ver, decreta decadencia donde hay vida. El cosmos de ciertas imágenes angustia, corroe lo puro, desacraliza el progreso. Y sí, aún hay gente que cree en él.