domingo, 31 de agosto de 2008

Otra vez esta ciudad, otra vez presentandose como la mejor de las proxenetas.
Lanza a sus hijas bastardas entaconadas a la noche. Más tímidas unas que otras, se van desplazando, diluyendose en los taxis, las puertas silenciosas y en los baños donde siempre hay otras esperando. Hermanas todas, juegan su papel con la verosimilidad que un perfil en facebook da. Las niñas ricas, oliendo tan limpias. Las fatales mujeres que siempre cadecieron de un apodo en francés. Las gorditas que se sienten más mexicanas. Las de bustos apretados, las caras de niña puberta y las de piernas infinitas. Todas son hijas del mismo miedo.

Miedo que busca el vacío de los vasos y de los hombres que los sostienen para poder autocontenerse y reproducirse. Vacío como el del mío, como vacía la mirada con nulas intenciones de hacer algo más que admirar a una piernas infinitas, tratando de deducir cual es el espacio, infinito al parecer, que esa falda cubre. El espacio como categoría a priori que me permite discernir entre su piel y la mezclilla. Y el tiempo, para entender el movimiento de sus piernas, que resulta exacto para dejarme ver suficiente. El tiempo y espacio que permiten el movimiento, de mis ojos a los suyos. Que criatura tan triste es, adopta normas dolorosas para cumplir un patrón de belleza que nunca va a cuestionar. Y para mi es una lástima, yo que no entro en esos estándares. Pero tal vez ella no lo sepa pues ahora ella sonríe y yo también. Levanto mi vaso casi vacío (para mi sorpresa) y brindo por esas piernas infinitas con un poco de celulitis.

Volveracomenzar

Desde tierra firme y en aguas poco profundas.