domingo, 13 de diciembre de 2009

"La vida es bella", repetía mi padre, mientras tarareaba no sé que canción y miraba la avenida cuidándose de señoras en camionetas al acecho. Yo no podía responder nada, tenía la cabeza recostada sobre el vidrio, justo en el mismo lugar donde antes la pude ver yo a ella, buscaba la posición exacta de sus manos, para posar las mías justo encima, quería delimitar su pequeño cuerpo, saber que aquél era el lugar donde habitaba su entrepierna, la que me ofrecía calor y miedo. Por segunda vez en el día mis ojos estaban hechos de vidrio hasta que la voz de mi padre me recogió de nuevo, "no eres un pendejo, hasta que te hacen pendejo, y de eso hijo, no estas a salvo".

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