A veces muevo un pulgar, involuntariamente; como señal de que mi carcaza no quiere soportar más. Pero está bien, no hace falta una conciencia tranquila para salir adelante. No hace falta nada más que sentarme aquí y convencer a todos de que soy muy bueno en lo que hago, o lo que voy a hacer (y ser), apenas termine mi tesis.
Y todo se reduce a esto: Hesiodo frente a mí, con poemas sobre hombres inútiles, Pandora, héroes y dioses justos; mi computadora que más bien es de Liverpool aún, y mi impotencia por terminar algo bien, terminarlo siquiera, lo que sea.
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