Parece ser que el hambre es quien me arrastra a estos umbrales. Las puertas donde debiera pagar mis deudas y mis errores. Hacer un balance, en mi caso, siempre es negativo; casi siempre. Uno debe preguntarse por todas las decisiones que he tomado, profesión(es), compañía, colonia donde vivir, sopa de fideos o consomé de pollo. No creo estar apto para asumir todas las consecuencias, y lo saben quienes me cobran; desilusionados por el resultado, por las arcas vacías; quedó libre de castigo como cuando comencé a andar mal.
A veces muevo un pulgar, involuntariamente; como señal de que mi carcaza no quiere soportar más. Pero está bien, no hace falta una conciencia tranquila para salir adelante. No hace falta nada más que sentarme aquí y convencer a todos de que soy muy bueno en lo que hago, o lo que voy a hacer (y ser), apenas termine mi tesis.
Y todo se reduce a esto: Hesiodo frente a mí, con poemas sobre hombres inútiles, Pandora, héroes y dioses justos; mi computadora que más bien es de Liverpool aún, y mi impotencia por terminar algo bien, terminarlo siquiera, lo que sea.